El sistema linfático ha sido, durante mucho tiempo, un gran desconocido en la ciencia médica. Incluso en la actualidad, existe poca dedicación a las enfermedades del sistema linfático y, por tanto, las personas afectadas no disponen de mucha información. El sistema linfático forma parte, junto con el sistema sanguíneo, arterial y venoso, del sistema circulatorio. El equilibrio entre estos tres componentes es fundamental para el correcto mantenimiento de los líquidos en nuestro organismo, y por tanto para la salud celular y del individuo en su totalidad.

 

¿Cómo funciona el sistema circulatorio?

Explicado en un resumen simplificado, las arterias son las encargadas de transportar la sangre oxigenada y plena de nutrientes, desde el corazón al resto del organismo, mientras que las venas, por el contrario, tienen la función de retornar la sangre sin oxígeno y cargada de CO2 de nuevo hacia el corazón. De allí irá a parar a los pulmones, donde se oxigenará de nuevo, y así sucesivamente con cada latido del corazón.

¿Cuál es la misión del sistema linfático?

En ese trasvase de oxígeno, y otras substancias, desde los capilares (las estructuras arteriales y venosas de calibre más pequeño) hacia las células, muchas moléculas de proteína, substancias de desecho, partículas de grasa, etc. quedan fuera de los vasos sanguíneos. Por su tamaño y/o composición no pueden atravesar la membrana de los vasos y volver a ellos, acumulándose en el tejido intersticial.
La acumulación de estas partículas aumentará la presión oncótica, que favorecerá la acumulación de líquido en estas zonas, generando hinchazón o edema.
El sistema linfático es el encargado de evitar esta acumulación de líquido y de devolver substancias (sobre todo proteínas) de nuevo al torrente circulatorio sanguíneo.

En el camino de la linfa, de vuelta hacia el sistema circulatorio, pasará por unas estaciones de filtrado, los ganglios linfáticos, que además de absorber líquido retienen partículas como bacterias y/o virus, inutilizándolos y defendiéndonos así de estos microorganismos que podrían resultarnos nocivos.

Cuando el sistema linfático falla, nos encontraremos con problemas de retención de líquido, hinchazón o edema.
El fallo puede ser momentáneo, por ejemplo, cuando sentimos nuestros pies o piernas hinchados después de estar de pie muchas horas, o tras un viaje largo, donde permanecemos sentados durante mucho tiempo. Esto puede provocar un estancamiento de sangre que generará acumulación de líquido en el tejido extracelular o intersticial, dándole un plus de trabajo al sistema linfático, que puede colapsar su capacidad normal de reabsorción, aunque en unas horas conseguirá volver a la normalidad.

Si por el contrario el sistema linfático falla siempre, habrá encharcamiento del tejido de forma constante. Podemos hablar entonces de LINFEDEMA.
Existen diferentes tipos de linfedemas y distintas causas que pueden provocarlo:

  • Linfedema primario: es hereditario y puede aparecer desde el nacimiento, a edades tempranas o bien en atapa adulta.
  • Linfedema secundario: puede producirse por una lesión, enfermedad o una secuela quirúrgica.

Será el médico especialista el que debe diagnosticar qué tipo de linfedema presenta el paciente.

Si padezco esta alteración, ¿qué puedo hacer? 

Es prioritario estar controlado médicamente, por el especialista adecuado.
El ejercicio será importante, obviamente el idóneo para cada persona. El movimiento muscular, además del corazón, es una potente bomba circulatoria que ayudará tanto a la sangre como a la linfa en su viaje de retorno.
Y como tratamiento externo, recibir Drenaje Linfático Manual, la técnica específica para actuar sobre el sistema linfático. La aplicación, con regularidad, del Drenaje Linfático Manual, se convierte en una gran ayuda para movilizar la linfa, que sin ese trabajo se mantiene estancada.

En algunos casos debe potenciarse el tratamiento de DLM con medidas de constricción (medias de compresión o vendaje especializado).

 

 

 

Marifé López y Arseni Sánchez
Espai Manual  

Deja un comentario